Es innegable que el acelerado desarrollo experimentado por Corea del Sur
está relacionado con una enérgica y sostenida política de innovación dirigida
desde el Gobierno. El paso de una renta per cápita de $US100 en 1962 a $US
20.000 en 2010, o el crecimiento medio sostenido del PIB del 8% durante más de
tres décadas -de los 60s hasta los 90s- (Krakowiak, 2013), puede conducir a
muchos a hablar del “milagro coreano”. Sin embargo, este modelo de desarrollo
basado en las exportaciones – el 90% de las exportaciones que representan el
40% del PIB son bienes industriales- (Krakowiak, 2013), también tuvo sus
limitaciones y consecuencias negativas que, en general, han sido sufridas por las clases sociales más
desfavorecidas. Al igual que durante la crisis financiera del 2008, la crisis
de la deuda que sufrió Corea en 1997 dio lugar a un incremento de las
desigualdades entre ricos y pobres –reflejada en un incremento del índice de
Gini (Andia y Crosas, 2013) -, confirmando lo que venía denunciando desde
1990 el informe Oxfam sobre la desigualdad del G20:
“las personas pobres no se benefician durante los periodos de bonanza económica y luego han sido quienes han sufrido con mayor virulencia los efectos posteriores de las crisis económicas”. Sin duda, el “modelo coreano” puede ser considerado como un referente, aunque también habrá que prestar atención al gran reto que Corea no ha sido capaz de superar: el crecimiento con igualdad.
“las personas pobres no se benefician durante los periodos de bonanza económica y luego han sido quienes han sufrido con mayor virulencia los efectos posteriores de las crisis económicas”. Sin duda, el “modelo coreano” puede ser considerado como un referente, aunque también habrá que prestar atención al gran reto que Corea no ha sido capaz de superar: el crecimiento con igualdad.
Instaurar el “modelo coreano” en un país como España en el que, a
diferencia de Corea, no cuenta con un Sistema Nacional de Innovación bien
engranado y maduro, requiere transitar
de un modo de producción del conocimiento subsumido a la dinámica del modelo lineal, hacia otro focalizado en
la innovación. Mientras que Corea, a partir de la década de los 60s, comenzó a
desarrollar el modo 2[1]
de producción del conocimiento (Gibbons, 1997), España opera aún hoy bajo
un “modo híbrido”, entre el modo 1 y
el modo 2. Entonces, ¿qué condiciones llevaron a Corea a establecer el modo 2 de producción del conocimiento y
cómo replicarlas?
Merece la pena recalcar un hecho relevante: mientras que Corea, a pesar de
la elevada inflación durante las décadas
del 60 y 70 – del orden de un 20%- incursiona en el modo 2, en España no es
hasta los noventa que se introduce el concepto de “Sistema Nacional de
Innovación”, con el objetivo de orientar las políticas de ciencia y tecnología
hacia la innovación. Esto es relevante, puesto que más de treinta años de diferencia, no sólo ha
permitido a Corea afinar y consolidar su modelo, sino que además el mundo ha
cambiado mucho desde entonces. Se ha vuelto más complejo y multipolar, lo que
implica una dicotomía entre las potencialidades de la competencia y las
restricciones de la globalización. El acceso a un sinfín bienes y servicios en
los mercados internacionales supone enromes
posibilidades de desarrollo económico, inversión, acceso a tecnologías y
conocimiento, entre muchos otros. De ello, las posibilidades de disminuir
brechas tecnológicas y desplegar las fuerzas de la “destrucción creadora” de la
innovación se verían acrecentadas bajo el paraguas de la “aldea global”. No
obstante, las propias dinámicas de la globalización actúan como fuerza de
reacción contra los estados nacionales, acrecentando su contracción
disminuyendo su capacidad de acción. Pareciera que pertenecer al club de las
economías insertadas en los mercados mundiales es incompatible con los fundamentos
tradicionales del estado-nación.
En Corea la implementación del modo 2 fue posible gracias a la enérgica
intervención estatal, a base de fuertes inversiones, políticas proteccionistas, planes
quinquenales, empresas públicas, fuertes incentivos a la innovación, restricción
a las importaciones, etc. Asimismo, el gobierno coreano, en los
primeros años de industrialización, sólo permitió acceso a compañías foráneas
dispuestas a transferir “know how” y conocimiento a empresas nacionales, lo que
condujo a una inversión extranjera muy condicionada a intereses nacionales.
Otro aspecto diferencial, tiene que ver con las diferentes
respuestas adaptadas por Corea y España ante un escenario de crisis de la
deuda. A diferencia de las políticas adoptadas en España, tanto durante la
década de los ochenta, como en la actualidad, para hacer frente al
endeudamiento: privatizaciones, desregulación y apertura, la crisis asiática de
1997 no llevó a Corea a resignar su estrategia industrial ni entregó el control
a consorcios privados. Más bien, apuntaló la recuperación orientando su
desarrollo hacia actividades basadas en tecnología de la información y
comunicación ¿qué habría ocurrido si España no hubiese desmantelado su
industria pública?
Es evidente que el estado coreano jugó un papel
preponderante a la hora de reconducir el proceso de desarrollo del país tras la
guerra de Corea (1953). Pero también, fue la propia dinámica de acumulación del
capital, impulsada desde el estado, lo que originó un modelo de crecimiento desigual.
La gran diferencia es que, en España, la actual crisis financiera no sólo ha
propiciado el crecimiento de las desigualdades, sino que también ha supuesto la
descapitalización tecnológica del país. El proceso de acumulación de
conocimiento se ha visto quebrado por una política continuada de
desmantelamiento de la industria estatal y un proceso de desinversión en
ciencia y tecnología equiparable al que sufrió América Latina durante la
“década perdida”, en los años 80. Por tanto, en términos de una resignificación
del modelo productivo español, el “milagro coreano” puede aportar buenas ideas,
en términos del rol del Estado como actor clave para la conducción de la
reindustrialización. Sin embargo, el modelo coreano no puede –ni debe- ser
admirado en toda su extensión, puesto que si el crecimiento económico no viene
acompañado de igualdad, entonces se trata de un crecimiento ficticio. Si la los
réditos de un modelo productivo basado en el conocimiento y la innovación no
revierten en la sociedad en su conjunto –más allá de generar empleo- y, al
contrario, quedan anclados en la esfera privada, la ciencia y la tecnología
perdería su utilidad social.
- Albornoz, Mario (2007:59), “Los problemas de la ciencia y el poder”, Centro de Estudios sobre ciencia, desarrollo y educación superior – REDES, en: Revista CTS nº8, Vol 3, Abril 2007.
- Andia, Mariela; Crosas, Inés (2013) “La difícil relación ente desigualdad y globalización en Corea del Sur”, El cronómetro de Taylor, 29 de marzo de 2013.
- Gibbons, Michael (1997), “La nueva producción del conocimiento”, Pomares-Corredor, Barcelona.
- Krakowiak, Fernando (2013), “El modelo coreano”, Página 12, 12 de Mayo de 2013, Argentina.
[1]
Hablaremos del modo tradicional de producción del conocimiento (modo 1),
correspondiente con la manera clásica de “hacer ciencia”, en contraposición con
el modo moderno (modo 2), donde el “ethos” científico es subsumido formalmente
a la lógica del capital. De esta manera, mientras que el modo 1 plantea
solucionar problemas desligados de objetivos prácticos, en el modo 2 se lleva a
cabo en un contexto de aplicación. El modo 1 es disciplinar y homogéneo, a
diferencia del modo 2 que es interdisciplinar, heterogéneo. El modo 2 de
producción del conocimiento busca satisfacer una necesidad que es demandada por
el mercado, para ello la producción es organizada involucrando actores con experiencia y habilidades diversas
que trabajan coordinadamente en el desarrollo de una determinada
aplicación. Esto conlleva la
conformación de grupos en los que los que igualmente participan científicos
sociales, ingenieros, científicos naturales, abogados, economistas, etc, “puesto
que el cumplimiento del objetivo así lo requiere” (Gibbons, 1997).
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