En la actualidad, parece evidente
que existe una relación entre el “nivel desarrollo” de un determinado país y sus capacidades científicas, por tanto, intuitivamente se podría afirmar que la investigación científica constituye un importante pilar para el desarrollo. Ya en los albores de la política científica moderna, cuando Vannevar Bush en su informe “Ciencia, la frontera sin fin” afirmaba que “una nación que dependa de otra para la obtención de nuevos conocimientos científicos básicos tendrá un lento progreso industrial y será débil en su posición competitiva en el comercio mundial”, ponía en evidencia la reciprocidad entre ciencia y dependencia.
En América Latina, con la creación
de la CEPAL en 1948, el problema del
“desarrollo” cobró relevancia. Junto con la creación de diversas instituciones
de ciencia y tecnología, como los consejos, academias, etc, sería la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) la estrategia adoptada para dar solución el problema. Si bien esto supuso un importante impulso para el conocimiento
científico y tecnológico, ¿fueron tenidas en cuenta las condiciones y
posibilidades de la región?. Las
“trayectorias tecnológicas” desacompasadas, en cierto modo, por la inexistencia
de un “estilo científico y tecnológico” propio (Varsavski, 1973) limitaron el
alcance del modelo ceaplino.
Cómo respuesta a las deficiencias de
este modelo surgió un corriente de pensamiento que, aunque heterogénea,
compartía “la preocupación por impulsar el desarrollo científico y tecnológico
vinculándolo con las necesidades sociales y económicas de los países de América
Latina” (Albornoz, 2001). Si el
resultado del modelo ISI de la CEPAL, de tipo ofertista, había sido la escasa
demanda, de parte del aparato productivo, de ciencia y tecnología local, “la escuela
de pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología” propuso impulsar el
desarrollo científico a través de demandas concretas.
Tras el fracaso a nivel regional del
modelo neoliberal a finales de los 90s, la actual crisis del capitalismo global
y la evidencia de que la “ciencia y técnica son dinámicos integrantes de la
trama del desarrollo” (Sabato y Botana, 1968), para poder definir una política científica, y por ende la
asignación de fondos y recursos, antes es necesario preguntarse sobre el modelo
de desarrollo.
En España, varias décadas después, se plantea la misma pregunta. El fracaso de las políticas neoliberales pone en evidencia las limitaciones de un modelo productivo basado en la construcción, de infraestructuras o viviendas, y en el turismo. En todo caso, un modelo de crecimiento impulsado por actividades de baja intensidad científico-tecnológica. Las crisis financiera de 2008 invita a replantear no sólo el modelo productivo, sino el modelo de desarrollo en su conjunto: ¿de qué forma queremos crecer? Las alternativas, en general, pasan por revisar el papel de la ciencia y la tecnología, el rol de los actores de la política científica y su relación con la industria.
Bibliografía
- Albornoz, Mario (2001), “El Estado de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe”, en: El Estado de la Ciencia. Principales indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericanos/Interamericanos, RICYT, Buenos Aires, en prensa.
- Sábato, Jorge A. y Botana, Natalio (1968), “La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina”, Revista de la Integración, INTAL, Buenos Aires
- Varsavsky, Oscar (1974) ”Estilos tecnológicos. Propuestas para la selección de tecnologías bajo racionalidad socialista”, Periferia, Buenos Aires
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