miércoles, 29 de abril de 2015

¿Como se reparten los beneficios de la innovación?

En muchos casos se asegura que “no basta con fomentar la inversión en I+D para promover la innovación sino que también es necesario desarrollar el sector manufacturero de un país, de lo contrario es muy probable que la tasa de innovación permanezca baja”. La afirmación es totalmente pertinente y, más aún, emana de un cierto sentido común que, por otra parte, ha sido puesto de manifiesto  con anterioridad. Efectivamente, a pesar de que la I+D constituye una etapa fundamental asociada al proceso innovador, en sí misma no lo garantiza, puesto que la I+D no se vincula con la comercialización –que es otra de las etapas claves del proceso de innovación-. 



De esta forma, la tasa de innovación  puede no tener correlación alguna con la inversión en I+D, de igual modo que “desarrollar el sector manufacturero de un país” per se, tampoco puede extrapolarse directamente con resultados satisfactorios de innovación.
Al contrario,  la innovación tiene carácter sistémico y relacional y por tanto, su desempeño dependerá del funcionamiento del sistema en su conjunto, por consiguiente, se puede decir que la afirmación a comentar es correcta pero incompleta.A pesar de ello, si reducimos el carácter sistémico de la innovación y descomponemos sus elementos para deshacer “ese nudo gordiano que la modernidad no nos permite comprender” (Latour, 1979), podemos visualizar la existencia una fuerte relación I+D-Empresa-Innovación. Esta vinculación se confirma si analizamos el importantísimo rol que han jugado históricamente los laboratorios industriales de I+D, no sólo por el desarrollo de investigación aplicada orientada al desarrollo de productos y procesos comercializables, sino también por la misión de facilitar la difusión del conocimiento técnico-científico al interior de la firma (UNQ, 1996).

En este sentido, los primeros laboratorios para la investigación industrial –relacionados con la industria química y eléctrica- fueron establecidos en Alemania y Estados Unidos a finales del siglo XIX, demostrando la pertinencia –desde el punto de vista de los retornos económicos- de establecer laboratorios orientados al desarrollo de nuevos productos y procesos (Freeman, 1995). La estrategia de implementar laboratorios especializados de I+D fue ampliamente adaptada desde entonces por las grandes firmas industriales, y junto con el crecimiento de los laboratorios estatales de investigación, fue posible la inauguración a mediados del siglo XX de la etapa de la big science , capaz de movilizar tanto a los gobiernos, la industria y a los científicos e ingenieros de las universidades. 

Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los 70s, el financiamiento de los gastos de I+D corría principalmente a cargo de los Estados –tanto seguidores de la doctrina keynessiana, como de la soviética-, sin embargo, a partir de aquí el capital privado comenzó a sustituir el rol estatal de apoyo financiero a la I+D, dando lugar en nuestros días a un escenario en el que en todos los países de la OCDE las empresas financian por encima del 50% de los gastos de investigación (UNQ, 1996). Este cambio en el origen del capital para actividades de I+D no es de ningún modo fortuito, más bien al contrario, se corresponde con la el declive e implosión del socialismo real y con la inauguración de la etapa neoliberal a partir la década de los 80s y del capitalismo globalizado.

Si las innovaciones desarrolladas en las últimas décadas  se pueden definir como espectaculares, lo mismo ocurre con las suspicacias que plantea este escenario y, en lo que respecta al devenir del cambio tecnológico, resulta inevitable preguntarse sobre el rol de los estados, en cuanto agente clave para la salvaguarda del desarrollo nacional.

En primera instancia, puesto que “la decisión de realizar inversiones en I+D no pude estar separada del análisis estratégico de los mercados y la industria” (Teece, 1986), es razonable pensar sobre la validez estratégica que subyace en los procesos de adaptación tecnológica, frente a la búsqueda de la innovación original . Por otra parte, desde la óptica de los réditos económicos asociados a la innovación, estos no dependen exclusivamente del desarrollo satisfactorio del núcleo científico-tecnológico, sino que “es en las bocas de distribución donde los beneficios y el poder residen en el mercado de nuestros días” (Norman, 1986:438), por tanto, las ganancias de la innovación se repartirán entre innovadores, seguidores e imitadores en función de aspectos como el régimen de propiedad intelectual o el control de recursos complementarios. Es decir, una vez emerge el diseño dominante  –provenga éste de un desarrollo propio o de una adaptación tecnológica-, la posesión de recursos co especializados – canales de distribución, marketing, capacidad de manufactura, servicios post venta, etc-, adquiere relevancia, frente a las capacidades de innovación científica, otorgando una posición ventajosa a quien los controla (Teece, 1986).

Pero no sólo esto, también deben los estados tener un papel dinámico sobre la orientación del cambio técnico en su conjunto. A través de políticas de defensa de la competencia, introduciendo mecanismos para el financiamiento de la innovación (Christen,1992), diseñando políticas específicas para el sector de las PYMES y la creación de redes de formación y aprendizaje (Humphrey y Smith, 1996), o articulando algún tipo de “selectividad” en las políticas tecnológicas (López, 1996) favoreciendo los sectores estratégicos de la economía, entre otros. Asimismo, es especialmente relevante el problema de la “apropiabilidad” puesto que, por una parte debe salvaguardar, mediante un sistema de patentes y leyes de secreto comercial, etc, la apropiabilidad privada de los retornos de inversión en I+D, pero también debe tratar de mantener el poder distributivo del sistema de innovación, haciendo más útil socialmente el stock de conocimiento disponible facilitando su acceso y transferencia a otros agentes.

Por ello, tal y como pusieron de manifiesto a finales de los 60s Jorge Sábato y Natalio Botana a través de su “triángulo de interacciones”, por una parte el Estado a través de las políticas públicas –explícitas e implícitas (Herrea, 1971)  de ciencia, tecnología e innovación debe actuar como agente mediador entre la infraestructura de investigación y desarrollo y el aparato productivo, buscando establecer sinergias entre ambos, pero al mismo tiempo, con el fin de extraer el máximo rendimiento de las innovaciones, debería a través de la intervención multisectorial fomentar un desarrollo equivalente de los recursos complementarios.

Bibliografía
  • Christen, J (1992) “The role of finance the national systems of innovation”, en B. Lundvall (ed), National Systems of Innovation, Pinter, London
  • Freedman, Christopher (1995) “The national system of innovation” in historical perspective”, Cambridge Jorunal of Economics, Vol 19, Nº 1.
  • Halty Carrere, Máximo (2011) “Producción, transferencia y adaptación de tecnología industrial”, El pensamiento latinoamericano en la problemática ciencia-tecnología-desarrollo-dependencia / Jorge A. Sabato, Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires.
  • Herrera, Amilcar O. (1971[1995]) “Los determinantes sociales de la política científica en América Latina. Política científica explicita y política implícita”, REDES, Nº5
  • Humphrey,J; Schmitz, H. (1996) “The triple C approach to local industry policy”, World Development, Vol. 24, Nº 12.
  • Latour, Bruno, and Steve Woolgar. 1979. Laboratory Life: The Construction of Scientific Facts. New York, NY: Sage Publications
  • López, A (1996) “Competitividad, Innovación y desarrollo sostenible”, CENIT, DT Nº 22, Buenos Aires.
  • Lugones, G. E;  E.; Gutti, P.; Le Clech, N. (2007) “Indicadores de capacidades tecnológicas en América Latina”, Unidad de Comercio Internacional e Industria, CEPAL.
  • Norman, A. (1986) “Impact of enterpreunership in innovation on the distribution of personal compters” en R. Landaw y n. Rosenberg (eds). The posithe sum strategy, National Academy Press, United States.
  • Teece, David (1986) “Profiting from technological innovation: implications for integration, collaboration, licensing and public policy”, Research Policy Nº15, p.p 285-305. Traducción Alicia Calvo.
  •  UNQ, (1996) “La innovación tecnológica: definiciones y elementos de base”, Redes [en linea] 1996,  3 (Mayo) : Disponible en: ISSN 0328-3186    

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